
-¡Está preciosa!-canturreo Sahori aplastándome la mitad de mi cuerpo para poder ver mejor la nueva casa. Borrón y cuenta nueva número50, bueno, tal vez no fueran tantas, tal vez haya perdido la cuenta, nada de importancia. Huíamos cada vez que alguien comenzaba a sospechar, o cuando los rumores empezaban a pasarse, ahí, es cuando tomábamos el mapa, tachábamos aquella ciudad y poníamos nuestros ojos en otra.
Sahori estaba encantada con eso, le encantaba estrenar dormitorio, conoces chicos nuevos y intentar adoptar el acento determinado. Pero a Mauro y a mi ya se nos hacia costumbre, y nos limitábamos a instalarnos y pasarla bien. Y claro, hacer nuestro trabajo.
Pero aquella ciudad comenzaba a irritarme, y no solo esa, sino todas aquellas en las que el clima era extremo. Calor extremo o frio al máximo. No saber si ponerte ropa fresca o prepararte para ser congelada. Tan irritable.
Lo único normal era el smog en el aire y el ruido. Todo el ruido, de automóviles, fabricas, música a todo volumen. Aquello arrullaba y te llevaba a otro mundo, aquello era inspiración.
¿Quién quiere una cabaña cerca de un lago comparado a los susurros de las grandes ciudades?
La gente normal.
La gente aburrida y jodidamente normal.
Me dan risa. Pasándola como cualquiera, como uno más, sin llamar demasiado la atención, un punto negro más a todos. Con un solo propósito en la vida, vivir lo más que se pueda.
Y rabia da tener que ser como ellos, pues después de la acción por la noche, después de haber sentido la adrenalina por tu cuerpo, después de haber corrido como en un maratón, al día siguiente la magia se esfuma, y es hora de actuar como si nada pasara.
Actuar lo más parecido a un zombie, saludar a los vecinos, regalar galletitas, ir a la escuela.
Parecer lo más normal, actuar como una familia ejemplar.
A Sahori se le daba muy bien eso, ella tenía pinta de niña bien, ella era amante de la moda y música deprimente. Con su metro y ochenta, cuerpo ¿Cuáles eran las medidas? A si, 90-60-90, una cabellera larga y rubia y unos ojos azules. Era toda una muñequita.
Y Mauro, era del tipo de chico todo-lo-puede, se asemejaba tanto a aquellos personajes de película, esos protagonistas guapos, musculosos y mirada sexy. Eso solía provocarle risa, para después pasar por un espejo y mirarse disimuladamente. Pero a Sahori y a mi nada se nos escapaba.
Al pasar todo eso te encuentras conmigo, tez pálida y melena negra, simplemente eso. Y me amaba. De hecho, mi único amor soy yo misma, yo y mi auto.
Porque aparte del auto de Mauro, llevábamos dos grandes camiones de mudanza, uno lleno de muebles y todas esas cosas, y otro con nuestros autos nuevos favoritos.
Esa era la mejor parte, cambiar de domicilio y de auto, uno con el que nunca nos hayan visto, uno nuevo, nuevo y potente.
Mientras que a Sahori le gustaban bonitos y lujosos, a mí el corazón se me desbocaba con uno rápido y rojo. Y Mauro, el no importa, está casado con su mustang, y lo único que cambia es el modelo o el color.
Entonces toda mi concentración estaba en poder estrenarlo esa noche, en una carretera desierta.
Pero por ahora, teníamos que ser normales.
Sahori bajo primero, Mauro no había aparcado enfrente de la casa cuando ella ya había salido del auto a brinquitos, recorriendo toda la casa por fuera, imaginándose vivir en ella los próximos meses. Cuando Mauro termino de estacionarse comenzamos a bajar las maletas, yo tome mi maleta gris con estampado de la bandera de Inglaterra, y otra maleta de mano, pase por el camino de piedra que conducía a la casa, y Sahori me abrazo (me aplastó) por detrás.
-¡Keira! Mira esos de ahí-esquive su codazo y mire disimulada, eran guapos, de unos 19, uno tenía el cabello castaño y el otro rubio, y a leguas se veía que eran niños mimados, me dio risa.
-Tienes un buen ojo-Sahori se emocionó- para los niños de papi-frunció el ceño, como hace cuando está enojada, rodé los ojos y eche una carcajada mientras seguía arrastrando las maletas.
Recuerdo haber echado solo lo esencial, y lo esencial incluía mis discos de Queen, pero en la vida imagine que la maleta pesaría tanto, y entonces me alegre, estaba haciendo pesas con las maletas y pronto mis brazos se pondrían como de portada de revista. Baile un poco con la excitante y estúpida idea, hasta que alguien se puso en frente.
-¿Necesitas ayuda?-el chico de papi que había visto antes con Sahori ahora extendía su mano hacia la maleta, su polo se remarco en sus brazos, el chico hacia ejercicio.
Pero en ese momento solo se me ocurría decirle cosas como “quítate de mi camino, idiota” o “¿Qué no ves que intento que mis brazos no parezcan espagueti?”, vale, lo último no tanto, pero me estaba tentando.
Abrí la boca para no sacar nada bueno…y después la cerré. Teníamos que ser la familia ejemplar, y dudo que los integrantes de una tengan boca de camionero, y en ese instante recordé las clases de modales que me dio Sahori cuando un vecino nos invitó a una cena, recuerdo haberme despedido a gota gorda de mis nike y haberme calzado de esas estúpidas zapatillas guess.
A si, y lo último y más gracioso fue la manera de enseñarme las mil maneras de sonreír, mientras a mi solo se me cruzaba por la cabeza las mil y un maneras de hacer un gesto obsceno, entonces Sahori me amenazó con las otras maneras de darme un golpe, y a la chica la mano le pesa.
Me di cuenta de que había estado demasiado tiempo sin responderle, entonces aleje mis maletas de la mano del chico y pele la mazorca.
-No, gracias-y seguí caminando ejercitando mis brazos, el día estaba estupendo, el cielo no era verde y… ¡¿Qué le pasa?! El tipo me quito mis pesas (maletas) de mis manos, lo mire sorprendida mientras seguía avanzando, respire dos veces para no echármele encima, y no precisamente para desearle los buenos días.
-¡Eit!-el chico volteo- si ¡Tú! Te he dicho que puedo sola-dije refunfuñada, parecía una nena haciendo berrinche, pero y si no, mis brazos seguirían estando aguados.
El chico se volteó y se recargó en la barda de piedra que incluía el camino, y se rió.
Imbécil.
-Mi nombre es Oliver, Oliver Rubalcaba-me sonrió, supongo que esperaba que le dijera mi nombre. Pues que loco estaba, me quede mirándolo esperando que me devolviera mis maletas, entonces se dio por vencido-Bueno no voltees, pero mi madre esta parada haya atrás y me ha pedido que te ayude o no me devolverá mi auto, puedes insultarme todo lo que quieras, ah y por favor no sonrías a la fuerza, se te da muy mal-su rostro emitió una sonrisa torcida ¿Qué se me da muy mal? Mira el, hice mi intento, ¿y así me lo paga? ¡JA!, estaba indignada, entonces intenté arrancarle mis maletas, pero me esquivó y estaba a punto de caer, perfecto, mi carota estrenaría el camino de piedra, pensé.
Alguien me tomo del brazo y impidió que me estampara, volteé, Oliver Rubalcaba me veía con su estúpida sonrisa, me dejo de pie y se llevó mi maleta dentro de la casa.
-Estúpido, Sínico, vete a la mierda-fueron uno de los tantos insultos que le dije hasta que él se volteara, sé que me ignoraba, pero era una manera de sacar toda la rabia que tenía dentro, entonces con su sonrisa se acerco a mí.
-Bienvenida-y se despidió de mí con un beso en la mejilla, azoté la puerta a sus espaldas.